domingo, 27 de abril de 2014

CONDUCTA AUTORITARIA Y CHOREZA.



CONDUCTA AUTORITARIA Y CHOREZA.

En nuestros días, la conducta que llamamos choreza goza de muy buena salud en todos los espacios de so­ciabilidad cotidiana, esta actitud se ha convertido en la mejor pose, sobre todos entre los mas jóvenes, para enfrentar los altos niveles de violencia existentes en la actual sociedad que nos asedia. Ciertamente no es un fenómeno nuevo, pero si es un modelo conductual que ha variado sus canales de desarrollo.

El sistema de dominación social, ha ido im­pulsando nuevas técnicas de fragmentación identitaria, manipuladas principalmente a través de los medios de comunicación y la publicidad, quienes determinan intencio­nadamente las modas, gustos, tendencias y actitudes ideales para la gran masa de humanos receptores. Cada porción cultural derivada de este proceso ha ido generando mayores odiosidades entre personas cuya diferencia fundamental no es más que la preferencia musical, deportiva o estética. Las aguas que antes eran separadas por clase social o por convicciones políticas, hoy han sido masivamente reemplazadas por “el estilo” o el equipo de futbol.

Es innegable que la tendencia a la choreza, tal como la conocemos en estos días, ha proliferado y se ha desarrollado de manera incontrolable entre los sectores más mar­ginales de la sociedad. Es justamente allí donde las personas deben enfrentarse más crudamente a la adversidad del sistema, donde las contradicciones del modelo se hacen más agobiantes y donde conquistar un puesto de poder ciertamente te puede asegurar un mejor pasar en la vida. Durante mucho tiempo la Población ha sido considerada el mayor espacio de sociabilidad y de cultura popular de los deheredados; la tradición re­volucionaria ha sembrado con mucha fuerza allí su semilla de crítica social, de resistencia al capitalismo y de identidad combativa, pero en los días que pasan, la Población ha perdido profundamente ese sentido que muchos le otorgaban, y en gran medida sus valores intransables de apoyo mutuo y solidaridad han dado paso a las descarnadas lógicas valóricas del neoliberalismo.

Uno de los estereotipos que inmediata­mente se relaciona con la Población es el mal querido flayte, sujeto que se caracteriza con un lenguaje y una vestimenta más o menos definida, y que en general es un valuarte de la choreza. Ahora bien, como se vistan o la exactitud con la que pronuncian sus palabras es un tema que nos tiene sin cuidado, lo que se nos hace verdaderamente importante es la impronta que denotan sus actitudes regulares. Por ejemplo, sabemos que en general los flaytes (o denominación que se le quiera dar) crean redes de jerarquización altamente complejas, donde el más viejo y más choro adopta un “merecido” podium frente al ejercito de subordinados que lo siguen y que se descueran por secundarlo en sus atribuciones. Pero en esta lógica no es sólo el más choro el más pulento, también lo es el que se viste con las mejores marcas, el que ostenta las mejores zapatillas y el que demuestra un mayor poder adquisitivo. En este sentido, la dinámica de estos tipos llega a ser tan funcional al sistema como lo es cualquier grupo sumiso a una autoridad establecida o cualquier maniquí embobado con los últimos productos de la moda europea.

El potencial rebelde que nace en la Pobla­ción es transformado por el sistema en un perfecto producto de la dominación social. A pesar de ser un marginado, un explotado un eterno violentado por la autoridad, éste se rinde ante ella, pero no a la autoridad de los pacos, si no a la supremacía de su par, quien dotado de un mejor uso de la violencia física y verbal ofrece protección y seguridad al vasallo. Pero esto no es gratuito, gene­ralmente a los líderes les cuesta bastante moral derramada convertirse en referentes en sus grupos, a menudo han derramado sangre en la demarcación de “su” territorio, en pruebas permanentes para ascender o mantener un status, el que diariamente se reafirma a través del poder de los puños o de la fraseología choriza.
Un escenario ideal para el desarrollo de esta violencia irracional lo constituyen las famosas “barras bravas”. Si bien en los lugares más periféricos de las ciudades los piños que se arman tienen diversas motivaciones y distintas razones para agruparse, quizás la más potente sea la idolatría al equipo de fútbol.
Mientras los dirigentes de este deporte se llenan los bolsillos de dinero con el gran negocio que representa, miles de idiotas se enfrentan a muerte sólo por el color de la camiseta que llevan pegada al cuerpo. En las barras bravas no existe otra cosa que sentimentalismo tendencioso, brutalidad descarnada y creación de ilusiones enemi­gas ante la incapacidad de definir un blanco coherente para descargar la rabia.
Pero, a pesar de centrar nuestro análisis territorialmente en los espacios más margi­nales de la ciudad, debemos reconocer que la choreza es un fenómeno que no sólo se vive en las poblaciones, sino que actualmente se hace presente en todas partes; es un modelo conductual que ha atravesado a toda la sociedad y que dota a las personas de una capacidad absoluta de autoafirmación de poder o en su lado carencial de subordinación silenciosa.
Quien adopta la choreza como modelo de vida, acondiciona su temperamento para reaccionar de forma prepotente ante cual­quier situación de conflicto, así es como el choro logra imponerse como individuo sobre los demás, y como consigue imponer los términos de su verdad sobre los otros, quienes desprovistos de la choreza – o de la capacidad de avasallar a sus pares mediante la fuerza bruta – pierde derecho a actuar, a decir y hasta a mirar de frente a otro sujeto de “carácter superior”.

A muchos les parece sumamente simpático adoptar la conducta y el vocabulario del chorizo, sobretodo entre los adolescentes, quienes constantemente inventan nuevos términos y conceptos, cada vez más degradantes, para referirse a los demás. Lo cierto es que en la medida que el insulto sea vigorosamente ofen­sivo, el objetivo será vigorosamente cumplido. Ahora bien, para adoptar el lenguaje no basta sólo con pronunciarlo, además hay que ser capaz de defenderlo y la forma más tradicional de hacerlo es a través de los combos, aunque también resulta muy favorable hacerlo a punta de cuchillas, manoplas y palos.

Todas estas técnicas de “autodefensa” sólo están orientadas a reproducir constantemen­te la gran maquinaria del control social; la violencia en los estadios, la brutalidad de las pandillas, las riñas callejeras y todas las consecuencias de la choreza van generando una enorme capa neutralizadora, que nos aleja cada día más del conflicto original de la dominación; entre libertad y autoridad.

La choreza esta de moda, imponerse sobre los pares parece ser el comportamiento correcto, y lo es para los dueños de este mundo, porque asi nos quieren ver, pero es hora de acabar con toda esta mierda autoritaria, digamos basta a las relaciones sociales de dominación y demos paso a la cooperación revoluciona­ria, al soporte colectivo y a la valoración de nuestras capacidades.

Publicado en el diario el surco del 18 de agosto de 2010 .- por: EL ADVERSARIO

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