CONDUCTA AUTORITARIA Y
CHOREZA.
En
nuestros días, la conducta que llamamos choreza goza de muy buena salud
en todos los espacios de sociabilidad cotidiana, esta actitud se ha convertido
en la mejor pose, sobre todos entre los mas jóvenes, para enfrentar los altos
niveles de violencia existentes en la actual sociedad que nos asedia.
Ciertamente no es un fenómeno nuevo, pero si es un modelo conductual que ha
variado sus canales de desarrollo.
El
sistema de dominación social, ha ido impulsando nuevas técnicas de
fragmentación identitaria, manipuladas principalmente a través de los medios de
comunicación y la publicidad, quienes determinan intencionadamente las modas,
gustos, tendencias y actitudes ideales para la gran masa de humanos receptores.
Cada porción cultural derivada de este proceso ha ido generando mayores
odiosidades entre personas cuya diferencia fundamental no es más que la
preferencia musical, deportiva o estética. Las aguas que antes eran separadas
por clase social o por convicciones políticas, hoy han sido masivamente
reemplazadas por “el estilo” o el equipo de futbol.
Es
innegable que la tendencia a la choreza, tal como la conocemos en estos
días, ha proliferado y se ha desarrollado de manera incontrolable entre los
sectores más marginales de la sociedad. Es justamente allí donde las personas
deben enfrentarse más crudamente a la adversidad del sistema, donde las
contradicciones del modelo se hacen más agobiantes y donde conquistar un puesto
de poder ciertamente te puede asegurar un mejor pasar en la vida. Durante
mucho tiempo la Población
ha sido considerada el mayor espacio de sociabilidad y de cultura popular de
los deheredados; la tradición revolucionaria ha sembrado con mucha fuerza allí
su semilla de crítica social, de resistencia al capitalismo y de identidad
combativa, pero en los días que pasan, la Población ha perdido profundamente ese sentido
que muchos le otorgaban, y en gran medida sus valores intransables de apoyo
mutuo y solidaridad han dado paso a las descarnadas lógicas valóricas del
neoliberalismo.
Uno
de los estereotipos que inmediatamente se relaciona con la Población es el mal
querido flayte, sujeto que se caracteriza con un lenguaje y una
vestimenta más o menos definida, y que en general es un valuarte de la choreza.
Ahora bien, como se vistan o la exactitud con la que pronuncian sus palabras es
un tema que nos tiene sin cuidado, lo que se nos hace verdaderamente importante
es la impronta que denotan sus actitudes regulares. Por ejemplo, sabemos que en
general los flaytes (o denominación que se le quiera dar) crean redes de
jerarquización altamente complejas, donde el más viejo y más choro adopta
un “merecido” podium frente al ejercito de subordinados que lo siguen y
que se descueran por secundarlo en sus atribuciones. Pero en esta lógica no es
sólo el más choro el más pulento, también lo es el que se viste
con las mejores marcas, el que ostenta las mejores zapatillas y el que
demuestra un mayor poder adquisitivo. En este sentido, la dinámica de estos
tipos llega a ser tan funcional al sistema como lo es cualquier grupo sumiso a
una autoridad establecida o cualquier maniquí embobado con los últimos
productos de la moda europea.
El
potencial rebelde que nace en la
Población es transformado por el sistema en un perfecto producto
de la dominación social. A pesar de ser un marginado, un explotado un eterno
violentado por la autoridad, éste se rinde ante ella, pero no a la autoridad de
los pacos, si no a la supremacía de su par, quien dotado de un mejor uso
de la violencia física y verbal ofrece protección y seguridad al vasallo. Pero
esto no es gratuito, generalmente a los líderes les cuesta bastante moral
derramada convertirse en referentes en sus grupos, a menudo han derramado
sangre en la demarcación de “su” territorio, en pruebas permanentes para
ascender o mantener un status, el que diariamente se reafirma a través del
poder de los puños o de la fraseología choriza.
Un
escenario ideal para el desarrollo de esta violencia irracional lo constituyen
las famosas “barras bravas”. Si bien en los lugares más periféricos de las
ciudades los piños que se arman tienen diversas motivaciones y distintas
razones para agruparse, quizás la más potente sea la idolatría al equipo de
fútbol.
Mientras
los dirigentes de este deporte se llenan los bolsillos de dinero con el gran
negocio que representa, miles de idiotas se enfrentan a muerte sólo por el
color de la camiseta que llevan pegada al cuerpo. En las barras bravas no
existe otra cosa que sentimentalismo tendencioso, brutalidad descarnada y
creación de ilusiones enemigas ante la incapacidad de definir un blanco
coherente para descargar la rabia.
Pero,
a pesar de centrar nuestro análisis territorialmente en los espacios más marginales
de la ciudad, debemos reconocer que la choreza es un fenómeno que no
sólo se vive en las poblaciones, sino que actualmente se hace presente en todas
partes; es un modelo conductual que ha atravesado a toda la sociedad y que dota
a las personas de una capacidad absoluta de autoafirmación de poder o en su lado
carencial de subordinación silenciosa.
Quien
adopta la choreza como modelo de vida, acondiciona su temperamento para
reaccionar de forma prepotente ante cualquier situación de conflicto, así es
como el choro logra imponerse como individuo sobre los demás, y como
consigue imponer los términos de su verdad sobre los otros, quienes
desprovistos de la choreza – o de la capacidad de avasallar a sus pares
mediante la fuerza bruta – pierde derecho a actuar, a decir y hasta a mirar de
frente a otro sujeto de “carácter superior”.
A muchos les parece sumamente simpático
adoptar la conducta y el vocabulario del chorizo, sobretodo entre los
adolescentes, quienes constantemente inventan nuevos términos y conceptos, cada
vez más degradantes, para referirse a los demás. Lo cierto es que en la medida
que el insulto sea vigorosamente ofensivo, el objetivo será vigorosamente
cumplido. Ahora bien, para adoptar el lenguaje no basta sólo con pronunciarlo,
además hay que ser capaz de defenderlo y la forma más tradicional de hacerlo es
a través de los combos, aunque también resulta muy favorable hacerlo a punta de cuchillas, manoplas y palos.
Todas
estas técnicas de “autodefensa” sólo están orientadas a reproducir constantemente
la gran maquinaria del control social; la violencia en los estadios, la
brutalidad de las pandillas, las riñas callejeras y todas las consecuencias de
la choreza van generando una enorme capa neutralizadora, que nos aleja
cada día más del conflicto original de la dominación; entre libertad y autoridad.
La choreza
esta de moda, imponerse sobre los pares parece ser el comportamiento
correcto, y lo es para los dueños de este mundo, porque asi nos quieren ver,
pero es hora de acabar con toda esta mierda autoritaria, digamos basta a las
relaciones sociales de dominación y demos paso a la cooperación revolucionaria,
al soporte colectivo y a la valoración de nuestras capacidades.
Publicado
en el diario el surco del 18 de agosto de 2010 .- por: EL ADVERSARIO